EL JEFE
por Mauricio Vallejo Márquez Estaba muerto. Definitivamente así me sentía, un cadáver sobre la silla secretarial a la espera de la hora de la salida. Sin embargo, las agujas del reloj no querían avanzar. Tenía días cuando me trasladaron de mis asignaciones habituales como abogado para ser asistente de un jovencito que me enviaba a llenarle un termo de agua, a comprarle churritos, a hacerle encomiendas a su padre, a limpiarle el carro, además de hacer otro conjunto de atribuciones que no me competían. —¡Gracias a Dios hay trabajo! —me consolaba. La aguja segundera parecía no moverse, aunque la veía recorrer el contorno de aquel iris negro con números negros. El teléfono sonó. —Licenciado, hágame el favor de venir para llevarme una correspondencia al otro edificio—y luego el sepulcral silencio de la condena de muerte. Y así me levantaba de mi puesto para efectuar la solicitud. Entraba a su oficina con el inconfundible olor de un pedo que a pesar de la mascarilla m