LA FAMA



Edgardo Alfonso Montoya

Siempre lo había ansiado. Desde pequeño soñaba con llegar a ser tan famoso en cualquier arte de la vida; tan famoso que las personas de su pueblo tendrían que saludarlo con la sonrisa en la mano; tan famoso que a su regreso al pueblo tendrían que ir a recibirlo las autoridades civiles, eclesiásticas, etc.
Aquel día partió hacia la capital en busca de la fama. Dejar el pueblo era para él dejar el pasado, abandonar la quietud a que se vio sometido por la tristeza imperante en la comarca.
Abordó la única camioneta que llegaba hasta ahí una vez por mes en recorrido, y partió, perdiéndose entre el ruido producido por la madera vieja y crujiente de la camioneta…
El cura, el alcalde del pueblo, el comandante militar, personas cultas que lo apreciaron mucho y la mayor parte de los habitantes del pueblo se encaminaron a la entrada del pueblo para recibirlo aquella tarde que volvía. También iba la pequeña banda de músicos. Los alumnos de la única escuela que había en la comarca formaron valla para que pasara él por en medio de ella. Todos lo recibieron aquella tarde que volvía. La banda empezó a tocar, cuando empezaban a caminar los pasos hacia el pueblo.
¡Al fin lo había logrado! ¡Al fin!
Bien se notaba entre los que presidían el recibimiento a la llegada de él, al señor cura, al señor alcalde y al señor comandante militar.
El pueblo casi entero había acudido a recibirlo. Todos querían verlo, apreciarlo de cerca mientras la marcha continuaba. Todos querían acercársele, verlo, tocarlo, sentirlo…
¡Al fin, al fin, al fin!
Cuando la marcha se hubo detenido serían ya como las cinco de la tarde. El habría llegado al pueblo como a eso de las tres. Dos horas pues, habría durado todo entre el recibimiento, la misa que ofició el padre y algunos minutos que lo tuvieron en la alcaldía del pueblo.
Fue hasta entonces, cuando la marcha se hubo detenido, que todos pudieron acercársele, verlo y algunos tocarlo por algunos instantes.
A todo esto, serían como las 5 y 30 de la tarde y una leve llovizna empezaba a salpicar a los presentes haciéndoles buscar el camino de sus casas.
Todos querían despedirse. El señor cura se apresuró a decir unas palabras. El señor alcalde y el comandante corrían a guarecerse a medida que la lluvia arreciaba.

Cuando el reloj del pueblo lanzó 6 angustiosos quejidos, sólo estaba un hombre junto a él.
Este tomó la pala, removió la tierra lanzando hacia la helada fosa las paladas, cubriendo así el féretro de aquel que partió un día en busca de fama…

Comentarios

Ury Navarro ha dicho que…
Considero que esta historia hace reflexionar sobre lo que queremos y en qué momento de nuestra vida queremos hacerlo...no esperar hasta morir, dicen por allí que la felicidad se alcanza cuando la compartimos. Eso es lo que tenemos que hacer, disfrutarla y compartirla y no esperar a culminar nuestros ideales sólo para nosotros sin compartir.
¡¡¡Excelente lectura!!!

Entradas populares de este blog

LA PETACA

¡Paren, señores, pareeeenn!

La Loba