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EL JEFE

 por Mauricio Vallejo Márquez Estaba muerto. Definitivamente así me sentía, un cadáver sobre la silla secretarial a la espera de la hora de la salida. Sin embargo, las agujas del reloj no querían avanzar. Tenía días cuando me trasladaron de mis asignaciones habituales como abogado para ser asistente de un jovencito que me enviaba a llenarle un termo de agua, a comprarle churritos, a hacerle encomiendas a su padre, a limpiarle el carro, además de hacer otro conjunto de atribuciones que no me competían.  —¡Gracias a Dios hay trabajo! —me consolaba.  La aguja segundera parecía no moverse, aunque la veía recorrer el contorno de aquel iris negro con números negros. El teléfono sonó.  —Licenciado, hágame el favor de venir para llevarme una correspondencia al otro edificio—y luego el sepulcral silencio de la condena de muerte.  Y así me levantaba de mi puesto para efectuar la solicitud. Entraba a su oficina con el inconfundible olor de un pedo que a pesar de la mascarilla m

Tres cuentos de Ligia María Orellana

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UNA NUEVA VIDA Una tarde soleada, encontramos a Jesús trepando un árbol enorme. Su madre, en vida, siempre le prohibió hacerlo. Jesús se sentía libre por primera vez. “¡Mírenme, mírenme!”, gritaba   al vacío con entusiasmo, y escalaba con esfuerzo pero genuinamente feliz. Con su alma ligera trepaba por las ramas, arriba, a la izquierda, a la derecha, nunca hacia abajo. Pero antes de este glorioso momento, teníamos un Jesús mortificado por la muerte de su madre. Diariamente, su mirada melancólica atravesaba el cristal de la ventana mientras estrujaba el obituario, un texto que caminaba de puntillas sobre el “sensible fallecimiento” de la señora. Jairo lo había recortado del periódico el día posterior al entierro. Al principio lo leía con obsesión, con una piedra atorada en su garganta; eventualmente llegó a recitarlo de memoria como un poema lúgubre. Pero tras dos meses de duelo, tomó la decisión de nunca más leer el obituario y de olvidar esas palabras. Todavía inseguro de este jur

Semos malos

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Salarrué Escritor Salvadoreño Goyo Cuestas y su cipote hicieron un arresto, y se jueron para Honduras con el fonógrafo. El viejo cargaba la caja en bandolera; el muchacho la bolsa de los discos y la trompa achaflanada, que tenía la forma de una gran campánula; flor de lata monstruosa que perjumaba con música. -Dicen quen Honduras abunda la plata. -Sí tata, y por ai no conocen el fonógrafo, dicen... -Apurá el paso, vos; ende que salimos de Metapán tres choya. -¡Ah!, es quel cincho me viene jodiendo el lomo. -¡Apechálo, siás bruto! Apiaban para sestear bajo los pinos chiflantes y odoríferos. Calentaban café con ocote. En el bosque de zunzas, las taltuzas comían sentaditas, en un silencio nervioso. Iban llegando al Chamelecón salvaje. Por dos veces bían visto el rastro de la culebra carretía, angostito como fuella de pial. Al sesteyo, mientras masticaban las tortillas y el queso de Santa Rosa, ponían un fostró. Tres días estuvieron andando en lodo, atascados hasta la rodilla. El chico llo

Vicio

por Rubén Merino En la pared había dos zancudos ahítos de sangre. Centímetros más abajo, entre las sábanas, yacían dos cuerpos exhaustos de amor.

La decisión

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Mauricio Vallejo Márquez -Si usted quiere podemos intentarlo –dijo el doctor. -Bueno, prefiero no intentarlo y morir –contestó el paciente. El doctor sacó un disco y lo mostró al paciente, mientras le explicaba que en poco tiempo sus pulmones estallarían y no quedaría nada de él. Después de oír su negro destino el hombre salió del consultorio ayudado por su impulsador, que cargaba con un respirador artificial. A la siguiente visita su estado era peor, su piel estaba pálida como el papel y lucía más delgado. Había perdido muchos cabellos. El doctor se mostró amable. Le ayudó a pasar y escuchó sus problemas. El enfermo estaba cada vez peor y había reconsiderado la oferta. Esa misma tarde lo llevaron al quirófano, el doctor y sus asistentes le explicaron la función de los nuevos pulmones artificiales. Luego se vieron entre ellos y esperaron que el doctor hablara. Cuando hubo silencio el médico le dijo que tendrían que cambiar otros órganos, pero que no se preocupara, que todo iba a salir

La historia le dará su lugar a Nelson Brizuela

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(Foto: Nelson Brizuela, a la espera de un poema) por Mauricio Vallejo Márquez Es verdad que la guerra nos arrebató a grandes hombres y mujeres. Entre ellos muchos artistas que dejaron casi toda su obra en alguna pluma o en sus mentes. Algunos pudieron legarnos hermosos versos que se mantienen ocultos a falta de buenas políticas editoriales, ese es el caso de Nelson Brizuela. Brizuela fue miembro de la Cebolla Púrpura junto a Jaime Suárez Quemaìn, Mauricio Vallejo (padre), Rigoberto Góngora y otros que con sus plumas sagaces no sólo parieron hermosos versos o prosas, sino también mordaces comentarios, sentidas opiniones acerca de las injusticias que se veían a diario en nuestro pequeño El Salvador tan lleno de odios e ignorancia. Nelson Brizuela nació el 24 de julio de 1955 en San Salvador, donde creció a lado de sus padres Lidia Erazo de Brizuela y Miguel Angel Brizuela (Q.E.D.). Desde muy joven demostró su intensa vena poética y musical, además de ser un excelente estudiante que bril

Jaime Suárez y la libertad de expresión

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Por Mauricio Vallejo Márquez Como lo hacia a diario, el poeta y periodista Jaime Suárez Quemaìn bebía café en Bella Nápoles, muy cerca de donde se encontraba la redacción de la Crónica, periódico del que él era el jefe de redacción. Acababa de darle un sorbo a su taza cuando el fotoperiodista César Najarro entró en el local y al ver a Suárez decidió ir a saludarlo. En ese momento entraron dos hombres, que acababan de salir de un taxi, se acercaron a los periodistas y uno se quedó tras Suárez y le tocó la espalda. Al levantarse Suárez el otro hombre le puso unas esposas, inmediatamente hicieron lo mismo con Najarro. Era la tarde del 11 de julio de 1980. El silencio reinó en el Café Bella Nápoles, así como sucedía en la mayoría de calles, casas y parques de El Salvador. El 12 de julio fueron encontrados ambos cuerpos en la entrada de Antiguo Cuscatlán. Ambos habían sido cruelmente torturados, Suárez había recibido varias cortadas con machete en la espalda, también le habían abierto el a