COTURNO


Álvaro Menen Desleal


Hasta 1644, únicamente las mujeres podían actuar en el teatro japonés. A partir de esa fecha, tal actividad artística les quedó prohibida, y los hombres pasaron a ser los únicos histriones autorizados. Sada Yacco, al fundar, a fines del Siglo XIX, el Conservatorio de Tokio, terminó con ese flujo y reflujo y reivindicó –nada indica si para siempre- el derecho al homosexualismo escénico.
Tan estricta imposibilidad de las aleaciones daba lugar a problemas insólitos. En 1592, la actriz Sumiko, quien frecuentemente representaba papeles de militar, se identificó de tal forma con el carácter varonil de sus personajes que le fue al fin imposible ser mujer. Contrajo nupcias con la hija de un funcionario de Estado y, al descubrirse la superchería y ser denunciada, el Juez dictó sentencia en esta forma: “Puesto que no está permitido a los hombres actuar y Sumiko vive como hombre, sea expulsada de la escena”. No se le condenó, pues, por las nupcias, sino por el teatro.
Maybon, en “Le Théatre Japonais”, cuenta el caso del actor Iwai Haugiró. Celebrado por su gran éxito en la interpretación de un papel de dama, se enamoró de sí mismo agrado tal que no se quitó más el vestido ni el maquillaje. Al llegar a casa, su mujer no le reconoció y, dándoles por una actriz que trataba de birlarle al marido, le increpó. Entonces Iwai Haugiró se dio a conocer, anunciando que ya no era marido sino mujer en busca de su esposo, y que se separaba de ella para siempre.
No se crea por eso que la felicidad conyugal era imposible Se dio el caso de que una actriz especializada en roles varoniles, contrajera matrimonio con otra actriz especializada en papeles femeninos; o bien, en la época en que el teatro pasó a ser patrimonio de los varones, que un actor acostumbrado al papel de heroína se casase con un valiente miembro de la aristocracia militar, sin que la menor nube turbara nunca la felicidad conyugal.

(De: “El fútbol de los locos y otros cuentos” )

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