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Mostrando entradas de junio, 2008

¡Paren, señores, pareeeenn!

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Francisco Andrés Escobar Cuando tenía unos seis años, una prima casadera andaba en amores con un su pretendiente. Buena parte de la familia no lo quería: "Yo no sé qué le habrá visto esta a semejante vago. ¡Feyo, bolo y acabado… bonita vida la que le va a dar! Pero ella no se amilanaba. Descendiente de una colección de abuelas, madres, tías, matronas acostumbradas a hacer lo que su real gana les pidiera, había decidido noviar con el rechazado, a pesar de los torrentes de amenazas y críticas que se le desplomaran. Si había una fiesta, la prima se las arreglaba para que unas compañeras del colegio la fueran a buscar a la casa y, ante el compromiso del tumulto, nadie pudiera objetar la salida. Si había algún "turno", la prima ofrecía cooperación para que los organizadores le encomendaran las actividades más variadas. Si había algún velorio, la prima se ofrecía como primera rezadora o cantadora, y nadie era capaz de objetar el piadoso oficio. Si había alguna procesión de la

ADANIS Y EVANGELINA

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Iván Larreynaga Al fin se encontraron en el Café. Era la primera cita y con intenciones. Una en la que no se hablaría más de cómo había sucedido la tragedia y de cómo se sentía de las heridas. Ya no más conversaciones frías por teléfono. Ahora estaban frente a frente y los dos estaban preparados, desde el acuerdo de la cita, para cualquier cosa que ocurriera. - Me costó dar con este Café, usted. Pero la verdad está bonito, ¿cómo se lo halló? –interroga Evangelina mientras se agita la falda antes de sentarse y mira cada rincón del Café. - Pues, la verdad, vivo cerca de aquí y cuando lo abrieron no pude evitar venir a conocerlo. Y es que en el canto citadino se da cualquier rima y los modos de conocer a alguien de quien puedas interesarte van desde los más dulces hasta los más trágicos. Ellos se conocieron por una tragedia que, gracias a Dios y a Adanis, no pasó a más. Fue tan sólo un buen susto. Sucedió hace más de quince días en los alrededores del gimnasio donde entrena Adanis. Adanis

EL NEGOCIO

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Mauricio Vallejo Márquez Era una noche tranquila. Los árboles se dibujaban como diminutas sombras a la distancia. Los grillos le cantaban a la noche confundiendo su canto con la melodía del viento. En la casa, una vela iluminaba los cansados ojos de un anciano. A pesar de sus años tenía una apariencia de roble. Vestía una camisa café y un pantalón ocre. Su barba se iluminaba con majestad. Parecía, por momentos, que iba a arder junto a la llama de la vela. Sus manos parecían ser las de un oso y no las de un hombre. Parecía un vikingo, que meditaba frente a una vela. La noche avanzaba y el hombre no perdía la compostura a pesar de sus problemas, continuaba observando la ligera llama de la vela que se extinguía. Cuando dieron las tres de la mañana alguien tocó su puerta. El hombre giró su rostro, como si alguien tocara sobre su hombro. Se levantó de la mesa y observó la puerta. Era muy noche para que fuera un amigo. Seguramente se trataba de algún ladrón, en noches anteriores había recibi

EL ECLIPSE

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Rafael Francisco Góchez El primer contacto se confirmó a las 12:26 meridiano, como estaba previsto. En la televisión nada más se veía la uñita comiéndose al círculo claro, que se suponía era el sol. Los comentaristas, no hallando ya de qué hablar, aburrían al público con las recomendaciones anunciadas con escandalosa saturación publicitaria durante la semana previa al evento: no intente mirarlo directamente, no utilice vidrios ahumados ni lentes oscuros ni espejos, todo método de observación directa puede causar ceguera irreversible debido a los rayos infrarrojos y ultravioletas; esto -por supuesto- sin mencionar la extensa variedad de charlatanes que desfilaron por la pantalla chica vaticinando catástrofes hecatómbicas a raíz del fenómeno natural. A juzgar por el despliegue propagandístico, sin duda era el evento del siglo. Un eclipse total de sol no ocurre todos los días; es más: serán los hijos de los hijos de esta generación quienes podrán ver otro similar (siempre y cuando la cont

SUMMA THEOLOGICA

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Álvaro Menen Desleal (Cuestión LXV, Artículo XVIII) Si el ángel sufre molestias con los sputniks Dificultades: Parece que el ángel no sufre molestias con los sputniks ni con los cohetes espaciales. 1. El Aquinata prueba que, puesto que el ángel no es cuerpo, ergo angelus non est in loco: luego el ángel no está en su lugar. El sputnik y otros cuerpos espaciales lanzados por el hombre, ocupan un lugar en el espacio. Mas como ocupar sitio no puede convenir al ángel, puesto que su sustancia está exenta de cantidad, el ángel no sufre molestia alguna con el paso del sputnik. 2. El filósofo dice que el movimiento es acto imperfecto. Los sputniks y los cohetes espaciales se mueven a gran velocidad, sujetos al principio de que “cuanto más grande es la fuerza del motor y menor la resistencia del móvil, mayor es la velocidad del movimiento”. POR OTRA PARTE, Tomás dice que la virtud con que el ángel se mueve a sí mismo excede sin comparación a las fuerzas que se mueven a un cuerpo. Si, pues –agreg

TEORÍA PARA MORIR INÉDITO

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Ricardo Castrorrivas El médico dijo: “Señores: este gran hombre ha muerto de miedo. Su corazón no pudo soportar quién sabe qué terror desconocido…”. Y se marchó dejando estupefactos a los familiares de Lord Windsor, quienes se preguntaban: “¿Cómo es posible que Edward haya muerto de miedo?”. “Es inconcebible –decía Lady Withehouse-, él sabía de memoria los cuentos terribles de Poe y los relataba en noches de tormenta sin inmutarse”. “Cierto –apuntaba Sir Wellwe-, precisamente él fue quien un martes trece, a medianoche, me invitó al cementerio para leer poemas, alumbrados por una vela que había traído de Haití”. “Ciertísimo –reafirmaba Lady Windsor-. Y es por eso que no puedo creer que haya muerto de miedo. El mismo instaló en la mansión de Lancaster los artefactos diabólicos que hacía funcionar cuanto teníamos de visita a las histéricas hijas de Lord Winston…”. “Sí, cierto –afirmaban una vez más todos los presentes-, Edward era valiente; de eso no debe cabernos ninguna duda… Jamás cono

LA CIUDAD Y UN FÓSFORO

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Ricardo Lindo En un punto del desierto hay una ciudad de espejos. Los espejos son tan pequeños y están distribuidos de tal modo, que basta encender un fósforo para que la ciudad resulte profusamente iluminada. La noche más oscura desaparece bajo el poder de un fósforo. Hay caravanas enteras enceguecidas al encontrar la ciudad a pleno sol. Caminaron al azar, tanto más tenebrosas por dentro cuanto mayor era la claridad a su alrededor, hasta ser devoradas por las mudas extensiones de arena. Esta ciudad es un cuento.

LA LLAVE DE USULUTÁN

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T.P. Mechín Aquella fue una marcha triunfal! Baste saber que se trataba de un viaje presidencial… ¡Cómo aman estos pueblos a sus presidentes! Lo que voy a referir ocurría el año de gracia de 1912. El doctor Araujo , con lucido acompañamiento se trasladaba a San Miguel, a fin de inaugurar por la tercera o cuarta vez el famosísimo ferrocarril de La Unión. (Como cada pedazo de esa vía… CRUCIS nos cuesta un ojo de la cara, nos gastamos el otro en inaugurarlo cada cinco años. Ciegos ya, de nada nos damos cuenta y… ¡a vivir!). Yo iba en mi calidad de Subsecretario de Fomento, con la altísima misión de pronunciar “el discurso oficial”. El aprieto era grande. Mis dotes como orador son negativas, que ya las había tanteado en la fiesta de la entrega de los despachos, al terminar mi carrera el año 97, allá en la capital de Alcarria, cuando contesté conmovido las frases especiales que amabilísimo me dedicó el coronel a guisa de último adiós. A trompicones solté unos cuantos períodos deshilvanado

FIJACIÓN

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José Luis Ayala García Emigró cuando tenía veinticinco años, pero nunca pudo vivir lejos de Santa Anita. Llevaba en su mente regresiva el olor a aserrín con cerveza de los salones, las puteadas de los hombres en las esquinas, las camisetas agujereadas de los vendedores en la tienda, el trepidar de las motocicletas, las excursiones a Los Blancos, el olor a fierro y pintura de los talleres de mecánica, las noches en los billares, los amores furtivos y apurados entre los breñales, las trifulcas de los sábados, el olor a diablo que traía el viento desde las coheterías, la difamación de las señoras casadas, el sabor de los helados siberianos, la fetidez de los dedos de los peluqueros, las canciones del trío Los Ases, el alquitrán de los postes de alumbrado público, las discusiones pueriles y soeces de las viejas en los mesones, las fiestas encantadoras y bayuncas, los rezos al Corazón de Jesús, los bíceps de muchachos narcisistas y los pasos de cha cha chá. Era un amor pérfido y resistente

DEL INFIERNO O DEL CIELO

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A Christiane, la pequeña hechicera rubia de Lausanne Mario Hernández-Aguirre En Verbel, diminuta ciudad llena de ruinas que se levanta con su curiosa arquitectura a orillas del Infipar, vivía un hombre en un viejo caserón, construido sobre la ladera que domina el camino. Como todo el resto de los vecinos, era un hombre absolutamente normal: cumplidor de sus deberes, observador de las jerarquías, y, tal vez, un poco misántropo. Silencioso. Durante el verano, cuando las aguas del río corren más límpidas y el sol dora los sembrados, murió Dionisia. La mujer que amaba. Se le vio entonces abandonarse a largos paseos a la orilla del río. Le precedía su hermoso perro blanco que moviendo la cola, lo esperaba a la sombra de los árboles. Los campesinos se acostumbraron a encontrarlo a las más altas horas de la noche, con una oscura y delgada capa protegiéndose de los vientos invernales; y, para todos los caminantes nocturnos no era ninguna sorpresa contemplar la ventana iluminada en la cima de l

LA FAMA

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Edgardo Alfonso Montoya Siempre lo había ansiado. Desde pequeño soñaba con llegar a ser tan famoso en cualquier arte de la vida; tan famoso que las personas de su pueblo tendrían que saludarlo con la sonrisa en la mano; tan famoso que a su regreso al pueblo tendrían que ir a recibirlo las autoridades civiles, eclesiásticas, etc. Aquel día partió hacia la capital en busca de la fama. Dejar el pueblo era para él dejar el pasado, abandonar la quietud a que se vio sometido por la tristeza imperante en la comarca. Abordó la única camioneta que llegaba hasta ahí una vez por mes en recorrido, y partió, perdiéndose entre el ruido producido por la madera vieja y crujiente de la camioneta… El cura, el alcalde del pueblo, el comandante militar, personas cultas que lo apreciaron mucho y la mayor parte de los habitantes del pueblo se encaminaron a la entrada del pueblo para recibirlo aquella tarde que volvía. También iba la pequeña banda de músicos. Los alumnos de la única escuela que había en la

LA PETACA

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Salarrué Era pálida como la hoja-mariposa; bonita y triste como la virgen de palo que hace con las manos el bendito; sus ojos eran como dos grandes lágrimas congeladas; su boca, como no se había hecho para el beso, no tenía labios, era una boca para llorar; sobre los hombros cargaba una joroba que terminaba en punto. La llamaban la peche María. En el rancho eran cuatro: Tules, el tata; la Chón su mama, y el robusto hermano Lencho. Siempre María estaba un grado abajo de los suyos. Cuando todos estaban serios, ella estaba llorando; cuando todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos reían, ella sonreía; no rió nunca. Servía para buscar huevos, para lavar trastes, para hacer rir ... -¡Quitá diay, si no querés que te raje la petaca! -¡Peche, vos quizás sos lhija el cerro! Tules decía: -Esta indizuela no es feya; en veces mentran ganas de volarle la petaca, ¡diún corvazo! Ella lo miraba y pasaba de uno a otro rincón, doblada de lado la cabecita, meciendo su cuerpecito endeble, como si se

A Lilo Cabrero lo vieron tristón

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Mauricio Vallejo Lilo Cabrero estaba sentado en un andén। Pero Lilo vendía chicles y cantaba para no aburrirse, para no ser triste. -Esta sentado /San Pedro en el sol/ con el calzón roto… Y una seño que mirusqueaba por la ventana arreglándose los ganchos sandinos, con tal de dejarse ver por la cuadra fue a platicarle. Lilo calló. -¿Qué te pasa niño? ¿Y tu mamá? ¿Por qué andás así por aquí todo triste? Lilo miró para el cielo que casi se le tiraba, y ahí vio la cara de la señorita que estaba chula y huelía a perfume. Bajó los ojos y se puso a darle vuelta a una cajuela. -¿Niño?¡Ay Dios que le sacaba platica! Lilo era recontramudo con la gente que se le ponía de muy así estirad y llorosa, aún creía en el derecho que es derecho, pero esta señora se veía alegre y como en la alegría no hay limítrofes de calzón ¡Chas! Que sonrie y suelta la cajuela. -¿Y tu mamá? -Allá en la casa. -Vení te voy a dar una espumilla. Lilo Cabrero se paró con la mano de la señorita en su hombro y se compuso una

El río

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Salarrué Un río que caía al mar entre promontorios gigantescos les decía a éstos: -He vertido mis aguas en esta gran cuenca durante muchas centurias y aún no he logrado colmarla. FIN

Patas de cabra

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Rubén Merino El rey la encontró una tarde en la entrada de una cueva mientras buscaba el camino para volver a casa. Estaba sentada sobre un roca, ordenando sus largos cabellos dorados. Su belleza lo deslumbró. De inmediato le propuso matrimonio a la muchacha, quien aceptó sin poner reparos. No sabía quién era esa doncella. En el palacio la presentó como la hija de un amigo de su difunto padre. Su incomparable belleza acalló las preguntas. Las bodas se consumaron en medio de deseos de larga vida para sus señorías y paz y prosperidad para el reino. Pero un tiempo más tarde, la tranquilidad que disfrutaban se vio interrumpida; el ejército de un país vecino se preparaba para invadir el territorio. La joven se acercó a su esposo para animarlo y, mientras hablaba con él, le dijo cómo podía ganar la batalla. La contienda duró pocos días, y la concordia volvió a imperar entre los dos pueblos, pues eran ya un solo dominio. Los atributos de la reina no tardaron en conocerse en la corte y la ciud

EL COCODRILO

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Álvaro Menen Desleal Hubo una vez un gran erudito, llamado Chuang-Tse. Iba a la escuela de Lao-Tse. Un día se durmió y soñó que era una mariposa que aleteaba entre los árboles y las flores del jardín... “KIN-KU K´ I- KUAN ... Y ahora me examino concienzudamente para ver si soy yo. Porque acabo de despertar de un sueño, y en el sueño no era yo. En el sueño yo era un cocodrilo, un largo, un ominoso cocodrilo tendido en el fango de la ribera, bajo un sol que todo quemaba menos mis duras escamas dorsales. De cuando en cuando bostezaba, y al abrir las fauces inconmensurables relucían mis dientes agudos, formados en filas como soldados en parada, prontos a matar. Yo era un cocodrilo de cabeza oblonga, de cola aplastada, y en el sueño no sabía que era yo quien soñaba. Desperté y fui de nuevo yo, como antes de soñar; pero ahora que me palpo y me examino, no sé si fui yo quien soñaba ser un cocodrilo, o si es un cocodrilo el que sueña que soy yo. (De: “El fútbol de los locos y otros cuentos”)

La Loba

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Francisco Gavidia Es Cacaotique que modernamente se pronuncia y escribe con toda vulgaridad Cacahuatique, un pueblo encaramado en las montañas de El Salvador, fronterizas a Honduras. Por ahí nació el bravo General don Gerardo Barrios, que, siendo Presidente de la República, más tarde, se hizo en Cacahutique una finca de recreo con dos manzanas de rosales y otras dos de limares, un cafetal que llegó a dar 900 sacos, y una casa como para recibir a la Presidenta, mujer bella y elegante por extremo. Un vasto patio de mezcla, una trilla y una pila de lavar café; una acequia que charlaba día y noche al lado de la tasa, todo construido en la pendiente de una colina, arriba y de modo que se dominaban de allí las planicies, los calles y vericuetos del cafetal cuando se cubría de azahares; la montaña muy cerca en que se veían descender por los caminos, casi perpendiculares, a los leñadores con su haz al hombro; por otro loado, montes. por otro, un trapiche, a tiempos moliendo caña, movido por b

Día de la Cruz

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Claudia Lars Abril se había despedido del calendario en la última hojita de papel que levaba su nombre, y el intenso calor y el blancuzco polvo del camino se iban apoderando del patio y de las habitaciones de nuestra casa. El matiz que predominaba en el paisaje era un amarillo profundo, con sombras pardas y rojas, y algunos árboles hermosísimos -esos heroicos árboles que florecen en mi tierra durante la estación más ardiente del año- cambiaban su cansado follaje por capullos preciosos y voladores. El párroco y las beatas más iglesieras organizaron una procesión para pedir lluvia a los santos, y las niñas, repitieron en todas partes la antigua ronda escolar. "Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva"... Pero ni plegarias ni canciones tenían virtud ninguna pues el cielo, deslumbrante y caliente, apenas recogía unas hilachas de nube. Cuando yo tomaba despaciosamente mi desayuno vi que Cruz aparecía por la puerta del comedor con un saco de yute entre las manos. Al sólo verme